lunes, 6 de agosto de 2007

Entrevista a Joaquín Macipe, artista y profesor del IES "Damián Forment", de Alcorisa

(publicada en BALCEI, Julio de 2007)

Joaquín Macipe, profesor del IES de Alcorisa y artista:
“El creador siempre quiere compartir su obra y espera el calor y el afecto de quien la contempla”.

Joaquín Macipe es Profesor del Plástica del IES “Damián Forment”, de Alcorisa. Profesor, ¿por qué y para qué?
Soy profesor de Educación Plástica y Visual. Aquí, en Alcorisa, llevo dos años. Me gusta más esa terminología que profesor de Dibujos”. En realidad, me gustaría que la asignatura se llamase Educación para la Creatividad y ahí estoy con los chavales, luchando todos los días.

¿Es una lucha?
Es una lucha, pero una lucha muy bonita. Es un trabajo muy bonito.

Es una lucha en la que no hay vencedores ni vencidos, ¿no?
Claro, no es una lucha contra alguien, sino contra esa comodidad que se respira en la sociedad. Esa falta de creatividad, al fin y al cabo. Estamos en una sociedad que nos da las cosas muy hechas, de usar y tirar. Se puede comprar hecho, pero mejor, “hazlo tú”.

Y ese mensaje, ¿cala en los chavales?
Calan las cosas más de lo que pensamos. A mí me gusta creer que tenemos una responsabilidad en los centros educativos muy grande, porque aunque parece que no nos escuchan, nos escuchan muchísimo. Ves que pasan los años y que se acuerdan de ti, incluso para pedirte ayuda.

Tú eres un hombre joven que, además, me parece, tienes un espíritu joven. ¿Cómo vives el paso de los años?
Yo creo que los adultos no existen. Cuando yo era un joven un poco alocado pensaba que cuando fuera adulto me importarían otro tipo de cosas, “las importantes”, pero soy adulto y me siguen importando el mismo tipo de cosas que antes y también a la gente con que me relaciono.

Ese afán por comunicar y por mostrarte, por expresarte, ¿no te hace sentir desnudo en muchas ocasiones?
Cuando pintas, haces canciones, escultura, llega un momento en que sí, estás continuamente expuesto. Trabajas muchas veces de cara al público y, aunque en ocasiones el artista dice. “hago esto para mí”, creo que eso no es cierto. Yo nunca he guardado un dibujo para mí, siempre quiero compartirlo con alguien: el amigo, la novia, y esperar el calor y el afecto de quien lo ve. Ese egocentrismo que tenemos los artistas, de alguna forma es necesario. No puedo entender un cuadro que no lo vea la gente y me importa mucho lo que piensen. Por mucho que luego nos “disfracemos” y digamos que no nos importan las críticas, sí nos importan, y mucho. Sin embargo esto también hay que saber controlarlo. Una cosa es el instinto que tienes, pero luego esta la razón. Hay muchas veces que no haces lo que a ti te apetece. Esto es así y es imprescindible. Muchas veces los chavales hablan de libertad. Me dicen: “la libertad es importante”, y yo estoy totalmente de acuerdo, pero pienso que la libertad, como absoluto, no existe y la razón está en saber limitar tu propia libertad en el momento de decir: “yo renuncio a esta parcela de libertad en pos de esta otra”. Yo trabajo, tengo un horario para tener la libertad de estar viviendo en mi casa, y no en casa de mis padres. En ese sentido es cuando yo atiendo a la razón.

¿Cuándo nace el artista en ti?
Pienso que toda la vida. Mi padre guarda dibujos míos de cuando yo apenas sabía andar. Yo era muy mal deportista, como estudiante aprobaba porque mis padres me inculcaron esa responsabilidad, pero no era brillante y en lo único que sí he destacado ha sido dibujando, pintando y ese tipo de cosas.

Eres pintor, haces cómics, estás introducido en el mundo del audiovisual, tu familia también. Tu hermano, por ejemplo, acaba de estrenar un cortometraje en Ariño…
Sí. Ver un pueblo entero como Ariño volcado en un proyecto como ése es emocionante. Fue todo un acontecimiento. Yo fui con él y se lo propusimos a la Asociación “El Rolde”, de Ariño y en seguida dijeron que sí. El pueblo, encantado de colaborar, y todo el mundo daba lo que podía. Al estreno fueron 400 personas y estamos hablando de Ariño. La gente salió emocionada y eso a lo más que puede aspirar un artista.

La pintura, ¿es lo más?
No. La pintura es algo más. A mí me han dicho en muchas ocasiones: “Mira, Joaquín, céntrate, que quien mucho abarca poco aprieta”. Yo lo doy la vuelta y le digo que quien mucho aprieta poco abarca. Yo prefiero abarcar muchos campos. Pintar lo necesito, pero no es lo más.

¿Qué quiere decir “lo necesito”?
Es como una pulsión. Es difícil de explicar. Es casi como cuando dices: “Esta mañana no he desayunado”. Te falta algo. Cuando yo llevo un mes sin coger un pincel, lo noto. Piensas en ello, le das vueltas. Tengo ahora un cuadro en el caballete y por un montón de cosas llevo un tiempo sin coger los pinceles, pues todos, todos los días pienso: “Tengo que acabar este cuadro”, y lo voy terminando y los voy poniendo delante, y los miro, y me llaman. Les veo los fallos…Pintar es eso. La escultura, sin embargo, es otro mundo que me apasiona, es la creación más pura. Con la pintura, al fin y al cabo, estás simulando. Es una superficie plana en ka cual simulas otra realidad. La escultura es, en sí, algo tangible, algo que puedes tocar, que tiene una cualidad táctil de calor, de frío, de suavidad…Invade el espacio a su alrededor. La escultura me encanta, pero también la fotografía y el cómic. Pienso que el hecho en sí es la creación. Puedes hablar de jardinería o cerámica: el hecho es la creación. Ahora estoy con un guión para un cortometraje con los mismos actores que participaron en el corto de mi hermano y hemos hecho una cosa más íntima para rodar en interior.

Entonces, ¿puede decirse que la escultura es el arte más físico?
Sí. Una escultura en piedra puedes “acariciarla” y es algo muy físico. Podría decirse que tiene hasta un punto erótico.

Tú ya has trabajado para Alcorisa. Se te encargó el busto de Valero Lecha.
Yo estoy muy agradecido de que se me ofreciera ese trabajo. Para mí fue un reto. Había hecho algunas cosas grandes, pero era la primera vez que iba a tener una pieza de esa importancia en un sitio público. Puse como condición que toda la Corporación Municipal la viera en barro antes de fundirla y estuvieron todos de acuerdo. Daba gusto verlos a todos de acuerdo. Intenté imitar la forma de pintar de Valero Lecha en esta escultura, imitar sus trazos, sus ángulos. Él era muy duro pintando, a pesar de la viveza de los colores. Y además, tenía que parecerse. El día de la inauguración iban a estar sus hijos delante y para mí eso era una responsabilidad tremenda. Tenía como material gráfico 20 ó 30 fotos antiguas y de diferentes épocas. Te planteas con qué época te quedas, cómo pasas una foto en blanco y negro a volumen. Fue complejo. Antes de empezar con el barro ya llevaba un montón de papel utilizado.
Además del diploma oficial y otras cuestiones oficiales me mandaron una carta describiéndome la reacción de los hijos y me emocionó mucho. Para mí, que se tomen la molestia de mandarme esa carta, que se preocupen de saber quién soy y cómo localizarme para decirme que les había emocionado y darme las gracias, fue muy importante. Todo eso no se hace si no es auténtico.
Luego, ver la escultura en Alcorisa todos los días, al aire libre, es una satisfacción. Ves cómo va cambiando con la luz, con las épocas del año, cómo se oxida el metal…Ahora tiene un color más bonito que cuando la pusieron.

Hablando de maestros, ¿quién es tu maestro? Y por otra parte, ¿qué obra te hace temblar de emoción?
Viendo la Victoria de Samotracia en París y “Los esclavos”, de Miguel Ángel, me emocioné realmente. En cuanto a mi maestro, una persona a la que admiro es Vicente Ortín, que es un Profesor de la Facultad de Bellas Artes de Valencia. Es un hombre sordomudo con una capacidad de transmitir su pasión por lo que está haciendo admirable. Si tú no te crees lo que estás transmitiendo, no puedes hacerlo. Yo les digo a los chavales que el arte es la inutilidad sublimada. Muchas veces me preguntas los alumnos: “Esto, ¿para qué sirve?”. Realmente lo que me están preguntando es cómo se puede ganar dinero con esto. Yo les digo: “Esto no sirve para nada, pero es lo que nos diferencia de los animales: la creatividad”. Es algo inherente al Hombre.

¿Y Aragón?
Yo creo que en Aragón tenemos cierto complejo, nos sentimos como de segunda fila. Nos parece que lo bueno es Madrid, Barcelona…Aragón es de Primera División en muchas cosas y una de ellas es en arte. Tenemos pintores buenísimos, siempre los hemos tenido. Tenemos, por ejemplo, a Noemí Calvo, que es impresionante lo que hace esta chica. Creo que tenemos una forma diferente de ver las cosas y también en música. Hay una inquietud creativa desde siempre.

Háblanos de tu pintura. ¿Cómo es?
Yo tengo la suerte o la desgracia de no tener que vender mi pintura. Tengo un trabajo y, además, me gusta. Si tuviese que vender mi pintura, la cosa cambiaría. Ahora estoy pintando paisajes. El hecho de venir de Ariño a aquí todas las mañanas me hace pintar paisajes. En otra época pinté más abstracto, más oscuro. Van cambiando las cosas. A veces cuadros pequeñitos, luego más grandes. También he hecho mucho grabado que es otro mundo. Es una gozada.

¿Hay una intención didáctica en tu obra?
Siempre he tenido claro que quería hacer Bellas Artes y siempre me ha gustado mucho transmitir y enseñar lo que puedo. Creo que todos tenemos esa obligación de enseñar lo que sabes. Una vez leí una cosa que me impresionó mucho: si nos preguntaran quién fue la Medalla de Oro de tal o cual deporte puede que no nos acordemos, pero todo el mundo se acuerda de quién fue su mejor profesor en la época de la escuela. Las cosas realmente importantes están ahí.

¿Y Alcorman? ¿Es importante?
Alcorman me gusta porque es una visión de Alcorisa de alguien que no es de Alcorisa y que, en algunas ocasiones, puede, incluso, meter la pata. Yo lo hago con todo el respeto del mundo. Es un antihéroe. Ahora estoy trabajando y va a entrar un guionista pero quiere permanecer en la sombra porque éste sí que es del pueblo, así que va a haber cierto cambio estilístico. Va a ser bastante más familiar porque van a aparecer su mujer, sus hijos…Como todos, tiene varias vidas: tres, cuatro o cinco.

¿Y proyectos e ilusiones?
Nosotros hablamos mucho de horizontes. Cuando hablamos con Noemí Calvo, que ya he nombrado antes, siempre hablamos de arte, del mundo rural, de horizontes y de que el viento nunca sopla a favor del que no sabe hacia dónde va, que el camino más largo empieza con un paso. No importa lo lejos que esté tu objetivo, sino el camino. Por eso yo, a los chavales, los valoro según el esfuerzo que realizan.

¿Y el Instituto?
Hay un dato anecdótico, y es que yo soy el Jefe del Departamento de Plástica, compuesto por “yo y yo mismo” (risas). No, en serio, a mí me gusta trabajar en equipo. Cualquier idea que tengo tiendo a contársela a mucha gente. Cada uno te va a dar su punto de vista y la idea se va engrandecer. Cualquier trabajo en equipo siempre enriquece. Hay veces que se da el caso de posturas irreconciliables, de formas diferentes de entender la educación, pero en general los que estamos metidos en esto de la Educación sí que tenemos bastante flexibilidad. He visto muy pocos casos de gente con la que sea difícil trabajar. En Educación todos partimos de la base de que lo importante son los chavales y así, por más que tengamos muchos defectos, como cualquier colectivo, he notado siempre que la gente se toma muy en serio su trabajo, porque es un trabajo muy serio. Tenemos una influencia muy importante en lo que les decimos cada día a nuestros alumnos. Estamos formando gente que nos hace mucho más caso de lo que pensamos y eso es para tomárselo en serio, porque es una gran responsabilidad.

Concha Perpiñá - Juan Aº Pérez-Bello
ONDA BALCEI

La certeza de tus ojos

(Publicado en BALCEI, Julio de 2007)

En un tiempo, otro tiempo, habría empezado este artículo con expresiones como “Permítanme que…”, o “Déjenme que…”, o “Si les parece…”. En otro tiempo, tal vez hubiera golpeado tímidamente con mis nudillos la puerta de su intimidad celosa y legítimamente guardada para solicitar su atención y reclamarles dos minutos de su tiempo, guiñándole un ojo a la complicidad que se supone entre lector y escritor. En otro tiempo, ayer, por ejemplo, quizás habría expuesto mis textos en la calle apocadamente, sin pretender molestar, negociando cada gesto amable o pretendiendo una afable connivencia. En otro tiempo, digo, escribo, todo eso habría sucedido.

Pero ese tiempo ha muerto. Lo he expulsado de mi vida, he borrado sus números de teléfono de mis agendas, la de papel y la electrónica y he barrido las tristezas que se me habían quedado ocultas en algún rincón de mis afectos. Eso me pasa por ir al cine. Eso me pasa por ver algunas películas que consiguen estremecerme y obtener de mí lo mejor. Eso me pasa por aceptar el reto que supone desmenuzar algunas historias que corazones desgarrados y enteros construyen para reflejar la grandeza del ser humano y dibujar las miserias del ser humano. Cabe mayor contradicción, pero así somos: blanco y negro, bien y mal, generosos y mezquinos. Lo dijo el Hombre Libre: vivimos en una sociedad mejor, pero el ser humano no es ahora mejor. Y eso, queridos, queda grabado con la misma furia con que la sangre brota por la herida que nos abre el enemigo. O peor: la herida que nos procura quien hasta ayer nos quería.

Hoy escribiré sobre cine, como siempre, como hago desde hace dieciséis años en estas misma páginas, pero hablaré del cine del que nadie quiere hablar, del cine que resquebraja las pulidas conciencias burguesas y nos obliga, porque no lo resistimos, a mirar hacia otro lado y a decir con despreciable suficiencia que esas películas son un pestiño que no hay quien aguante, que a mí lo que me gusta son las comedias y las de acción, y si salen tías buenas, mejor. Claro, que ustedes siguen siendo libres de dejar leer aquí y pasar a otra cosa. Son libres…

“Hotel Rwanda”. Ya hemos escrito sobre ella y hablado hasta con ella, pero esta película es no solamente necesaria sino imprescindible. Se trata de una historia que describe la brutal rivalidad existente entre humus y tutsis, alentada de manera vergonzante por las potencias occidentales personificada en unos personajes rehenes de un destino compartido pero no deseado. Si la libertad es un bien humano, también se puede decir que es escaso o, por lo menos, sólo disponible para el hombre blanco. El resto de los seres humanos viven en una ratonera de muerte, horror y miseria de la que difícilmente pueden escapar.

“Crash”. La grandeza de esta película es su capacidad para combinar las vidas de gente tan diferente como nosotros mismos. Miedo, desesperanza, racismo, exclusión, odio, idealismo. El cóctel que conforma la narración aglutina con violento realismo las historias cruzadas del policía negro con una madre drogadicta, de los dos ladrones de coches que reflexionan constantemente sobre nuestra sociedad, del policía siempre al borde del delito alentado por su inveterado racismo, su joven compañero dispuesto en todo momento a mostrar un irritante idealismo y el hispano que ama a su hija como sólo se puede amar a una hija mientras te empuja a la vida una incólume esperanza. Eso, respetado lector, es lo que nos enseña esta cinta.

“Horas de luz”. Juan José Garfia es un hombre de carne y hueso. Y de alma fornida, corazón vigoroso y espíritu hercúleo. Pero Juan José es un delincuente, un preso peligroso que llevad de cabeza al Estado y sus representantes, líder de motines capaz de soportar la presión del castigo legal y el acoso ilegal. En su vida bordada con espinas y hiel aparece Marimar, una enfermera cuyas manos le harán sentir el gozo del amor y cuyos ojos se convertirán en la ventana por la que mirar el inalcanzable mundo de líneas infinitas y la sonrisa de unos hijos nacidos de la generosidad. Esta historia, real, aún no se ha cerrado. Juan José permanece todavía en prisión aunque se siente capaz de soñar junto a la mujer que le enseñó a pedir perdón y le indicó el camino a la luz.

“Ciudad de Dios”. Trasladar a la pantalla 600 páginas de hechos y la vida de 350 personajes es, se mire como se mire, un hecho mágico. Y si esa novela dibuja con milimétrica sintonía el universo de un barrio que no rivalizaría con el Infierno, sencillamente porque es el Infierno. El protagonista de la película es el barrio, que siente, sufre, ama, crece y muere como una criatura huérfana con mil padres desconocidos porque en ese mundo nadie se conoce aunque en sus lechos respiran mil goces prohibidos y ningún gesto deseado. Si este relato no conmueve al espectador será porque su piel ha tejido una muralla frente al dolor ajeno y el sufrimiento de al lado. Y entonces, sí, podremos decir que ya no nos queda casi nada que decir.

Son cuatro propuestas cinematográficas, cuatro historias laterales, cuatro caminos que nos queda por recorrer y a los que merece la pena dedicarles nuestro tiempo. Es lo menos que podemos hacer por aproximar nuestra opulencia a la vida. A la de los demás.

Juan Antonio Pérez-Bello