jueves, 16 de julio de 2009

Se ha caído el día

.
Ya se ha caído el día.
Un día completo, pleno, abundante.
Un día con sus llenos y sus vacíos,
esforzado, hambriento, holgazán, saciado.
Un día con su cielo desconcertado y su tierra cierta,
pero día al fin.
.

miércoles, 15 de julio de 2009

Mi Real Zaragoza, el aroma del agua azul

.
.
Hoy va de fiesta. El sábado 13 de Junio dirigí mis pasos a la Plazaespaña de Zaragoza cogido de la mano de quien más me quiere y mejor quiero. Ese día respiré, respiré sonriendo y emocionado como, supongo, lo hice hace 45 años cuando en esa misma calle y en aquella ocasión a corderetas de mi padre aclamé, como sólo lo puede hacer un niño, a los Magníficos, que recorrían las calles de mi ciudad con la Copa del Generalísimo lograda después de derrotar al Atlético de Madrid por 2 - 1 con goles de Lapetra y Villa. Respiré emocionado, como cuando hace 31 años celebré el ascenso a Primera en un mágico 23 de Abril después de haber soleado mi corazón aragonés en la manifestación por la autonomía esa misma mañana. Respiré ilusionado, como lo hice hace 23 años, aquella mañana de domingo en la Plaza del Pilar en que recibimos a los héroes del Calderón que habían derrotado al Barça con gol del Poeta al malogrado Urruti en la Final de Copa del 86. Respiré, en fin, como lo hicimos miles de zaragocistas esa tarde, porque nuestros ojos ya divisan un horizonte claro y abierto, el que merecemos, el que añoramos, en el que hemos crecido y nos hemos hecho hombres y mujeres.

Todo había acabado. O mejor: todo empezaba de nuevo. Recibimos a los héroes, a nuestro guerreros sonrientes, esforzados en la batalla, suaves en la alegría. La gente alegre cantaba y gritaba frases bien cosidas que levantaban el color zaragocista hasta el cielo que se negaba a llover, como si no quisiera romper la celebración.

Llegó el autobús y llegó la algarabía. Como sé que ocurrió hace tantos años, en 1951, por ejemplo, cuando el Real Zaragoza derrotó al Real Murcia por 3 - 2 en un agónico partido y supo que era equipo de Primera tras una inacabable espera de veinte minutos cuando se consumó la derrota del Málaga ante Las Palmas por 4 - 1. El zaragocismo protagonizó entonces una multitudinaria peregrinación hasta el Pilar para celebrar el ascenso y la ciudad vibró como nunca. Como el sábado. Había que ver los rostros de los miles de presentes y los gestos entregados de los jugadores y el cuerpo técnico. De jugadores como Ander, futuro del Real Zaragoza, y de Fabián Ayala, historia viva del fútbol mundial y, ahora mismo, zaragocista por los cuatro costados.

Acompañamos al autobús, enfundados en nuestra emoción, y después optamos por regresar a la Campana de los Perdidos, templo de melodías y añoranzas. Allí nos esperaba el amor. Allí estaba el futuro. Como en nuestros corazones. Ya estamos en Primera otra vez. Ya estamos en casa.

lunes, 13 de julio de 2009

Al lado de esas traviesas (VI y último)

.
Y todo pasó tal y como anunció el hombre dolmen, el alto, el enhiesto. Aquella tarde de primavera, cuando veintidós hombres luchaban por el honor de la tribu, cuando toda una ciudad abría la boca para absorber la gallardía de sus gladiadores, el cielo se cubrió de un manto vivo y ancho. Sus colores eran tan rojos como la pasión de un joven que explota su amor en el primer encuentro, como la saliva caliente de un beso largo y deseado. Así se extendió aquella propuesta de colores que, durante unos minutos, estiró la mirada de los espectadores, en un movimiento vertical de sus cabezas más parecido al asombro que al miedo, como si todos deseásemos que aquello que contemplábamos significase el fin de nada y el comienzo de todo. Fueron unos minutos, pero temblamos como niños y hasta los futbolistas detuvieron su vigor, como si quisieran mostrar que ellos, auténticos dioses en la tierra, reconociesen el poder que no puede estar en otro sitio que no sea el Cielo.

Al día siguiente, los periódicos hablaban de globos sonda, de fenómeno inexplicable, de amenazas deseadas y temidas al mismo tiempo. Hay quien se atrevió a mencionar esas naves circulares que cuadran a veces el espacio. Eso quedará, como quedó la premonición del hombre vertical, el que se acercó a un grupo de niños y les dijo que esa tarde iba a llover marrón. Se equivocó en el color, pero supo que la tierra acogería el llanto del pasado para dibujar días más luminosos. Como este que respiramos hoy.
.
FIN
.

jueves, 9 de julio de 2009

Al lado de esas traviesas (V)

.
El estadio estaba lleno, lo recuerdo bien. Era un partido con doble página. Es verdad que un Zaragoza Madrid siempre ayuda a calentar el aire, pero aquel servía, además, para enfriar el latido de un 1 de Mayo que recorrería las calles de un país gobernado por un mediocre hombrecillo que decía vivir para Dios y la Historia, así, con mayúsculas. Por eso, las televisiones mostraban lo mejor del equipo del régimen y la audacia de un puñado de jóvenes que lamían la nuca del poderoso. Aquella Liga sería la del 6 a 1 a la opulencia.
(continuará)
.

miércoles, 8 de julio de 2009

Al lado de esas traviesas (IV)

Yo no sé si los demás le entendieron. Yo sé que me estremecí, que era un tipo esquinado y lateral que miraba con tierra en los ojos y no me gustó nada. Y me asusté, aunque eso no es importante, porque yo era un chaval temblón y fácil para el chascarrillo de los compañeros de juegos, aunque me querían. Claro, que eso lo supe años después, como tantas otras cosas.

El hombre alto, enhiesto casi, que así escriben y sueñan los poetas, tiró una amarillenta colilla al suelo, dio media vuelta y se fue. Nosotros vimos con alivio que llegaba Rubén y también emprendimos nuestra habitual y ritual caminata, rumbo al templo de la furia colectiva. Esa tarde hablamos poco, si bien las roncas voces de Paco y Luis, los mayores que ya empezaban a cambiar la voz, servían para marcar nuestro territorio y decir con fuerza que aquel tipo no tenía media hostia y que la próxima que me lo encuentre igual le parto la cara, ¿o qué? Esa era la filosofía de Paco, qué se le va a hacer, y el tiempo marcaría su destino como no podía ser de otra forma, llevándole a la cama de una mujer que le daría cinco hijos y al taller de un explotador que le quitaría cinco vidas.
(continuará)

martes, 7 de julio de 2009

Al lado de esas traviesas (III)

Habíamos quedado citados en la esquina de la calle del pino para emprender el largo camino que nos llevaba cada quince días al campo de fútbol del equipo de la ciudad. Era un recorrido delgado, esbelto a veces, que completábamos con ritmo de cobre en formación desordenada, pero que servía para conocernos más y decorar nuestras espinillas con las piedras que saltaban a nuestro paso. Sólo faltaba Rubén, el más alto de todos, para emprender la marcha cuando aquel hombre que permanecía de pie, a unos cuantos metros de nosotros, desde hacía algunos minutos, se acercó hasta nosotros y nos preguntó si pensábamos ir al fútbol:

- Sí.

- Pues hoy llorará el cielo. Y serán lágrimas marrones.

(continuará)

lunes, 6 de julio de 2009

Al lado de esas traviesas (II)

Conversábamos de todo, hasta de la nada, hasta de lo que no conocíamos ni habíamos siquiera soñado; hablábamos bajo el cielo rojo del verano, bajo las puntas de las estrellas de las noches cortas, bajo el aliento de los que nos criaban y nos mandaban a las calles, a patear sonidos, lamentos, jadeos y miradas diagonales, de esas que traspasan aunque no entiendas nada. Como cuando cayó en medio de la calle un condón usado por el deseo rasposo de los dos reclutas que alquilaron el tercero B y hacían el amor con aquellas dos chavalas que estudiaban en la Universidad pero se reían como dos rayos blancos de atardecer. Pero no es eso de lo que quería hablar, sino de lo que sucedió aquella tarde del mes de abril.

(continuará)

Al lado de esas traviesas (I)

Crecí al lado de esas traviesas que componían la espina dorsal que maldita la manera en que separaba el barrio en dos mantos blanco y negro, por no decir “tú de aquí, yo de allá”. Era “la vía”, a partir de la cual nacía y moría cada una de las dos formas de sentir la vida. La zona oeste se hallaba acostada en las marginales laderas de La Camisera, que era como un submundo donde pasaban cosas y vivían vidas con tormenta. Rara vez (nunca) me aventuré por sus calles, ni yo ni los chavales de mi cuadrilla, por lo que de peligro suponía hacerlo. Los personajes más pendencieros del barrio surgían cada noche de sus parcelas y los apellidos más ilustres del hampa local dormitaban tras las cortinas que, a modo de poderosos muros, protegían cada casa. Eran baratos mantos de tela rígida que presentaban sus respetos al paseante embozados en gruesas y veteranas manchas que nadie se preocupaba en hacer desaparecer. Alguno de esos príncipes de la tropelía acostumbraba a merodear las salidas de los colegios, a modo de precoz traficante de palabras prohibidas, y aprovechaba los momentos de soledad de algunos grupos de pequeños escolares que se quedaban rezagados para robarles los objetos más apreciados del momento: chivas (canicas), estampas (cromos), tacos de goma o tabas. Lo hacían con violencia en minúscula, pero violencia al fin, y no era extraño que los mocos que se secaban en las comisuras de sus labios quedasen como rastro en la mejilla del atracado, que bien poco podía hacer si no era añadir su nombre a la lista de víctimas.

(continuará)

viernes, 3 de julio de 2009

Será

Miraré las aguas de mis silencios

con la fortaleza del que aspira

a ser fiel a su corazón

y morir con el único orgullo posible.

Me iré

y diré que mi cielo es blanco y azul.

Hablaré con la voz intencionada,

a las calles abiertas por tus labios

y estaré siempre ocupado

en esos días que renovaste

tu gesto dispuesto.

jueves, 2 de julio de 2009

Esperar

He tenido que esperar.

Porque esa nube abría los ojos

cuando había que dormir.

Porque esa estrella doblaba la almohada

cuando había que reír.

Porque ese río cantaba cristal

en medio de la tormenta.

Porque esa ladera mecía su cadera

y no había melodía.

Nos has hecho esperar.

Y olvidar que no se te olvida,

que pasan los días

y el sonido de tus ojos es un aliento de presencia.

He tenido que esperar

para darle la espalda al miedo

y ponerle cuatro silencios

a este ruido que nos ocupa el corazón.

¡Hay que ver cómo se cae el aire!

No te imaginas cómo llueve hoy

en la boca de la tierra.

Si te das cuenta

todo llama a tu palabra,

como cuando la regalabas

a los niños que se acercaban a tu paisaje.

Los niños, todos.

He tenido que esperar.

Mirar al amor y sujetar con fuerza la mañana.

Doblar la esquina de la rabia,

besar con la voz el vacío de la amiga

y encontrar la última luz de esperanza en el nombre de tu vida.

Vida sobre vida.

Ahora que ya escampa,

que ya sabe más suave la niebla,

que los días se abren con pereza de compañera,

ahora, te digo,

diremos el nombre de tu miel.

Hermosa coincidencia.

Supiste elegir la dulzura de los tres.

Hoy por mañana

El futuro no se nos ha ido.

El viento dejará los insomnios adormecidos

y todo será como antes,

como las tardes incontenibles,

como las vidas mejor vividas.