miércoles, 8 de julio de 2009

Al lado de esas traviesas (IV)

Yo no sé si los demás le entendieron. Yo sé que me estremecí, que era un tipo esquinado y lateral que miraba con tierra en los ojos y no me gustó nada. Y me asusté, aunque eso no es importante, porque yo era un chaval temblón y fácil para el chascarrillo de los compañeros de juegos, aunque me querían. Claro, que eso lo supe años después, como tantas otras cosas.

El hombre alto, enhiesto casi, que así escriben y sueñan los poetas, tiró una amarillenta colilla al suelo, dio media vuelta y se fue. Nosotros vimos con alivio que llegaba Rubén y también emprendimos nuestra habitual y ritual caminata, rumbo al templo de la furia colectiva. Esa tarde hablamos poco, si bien las roncas voces de Paco y Luis, los mayores que ya empezaban a cambiar la voz, servían para marcar nuestro territorio y decir con fuerza que aquel tipo no tenía media hostia y que la próxima que me lo encuentre igual le parto la cara, ¿o qué? Esa era la filosofía de Paco, qué se le va a hacer, y el tiempo marcaría su destino como no podía ser de otra forma, llevándole a la cama de una mujer que le daría cinco hijos y al taller de un explotador que le quitaría cinco vidas.
(continuará)

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