sábado, 28 de marzo de 2009

Penélope Cruz, la caricia irrevocable


Penélope Cruz ha cruzado todos los ríos de gloria que han mostrado el camino hacia la luz. Penélope ha hecho verdad uno de los versos que atraviesan la melodía de la canción que sugirió a sus padres el nombre que la haría estrella, cuando Serrat cantaba “Y espera a que llegue el primer tren”. Es la mujer que toda cámara adora, la sonrisa que todo galán desea besar, la mirada que todo cuerpo anhela recibir, la voz que todo amante añora cuando el deseo arrecia y acosa nuestros sentidos, las manos que todo cuerpo pretende conocer, el aroma que la niebla busca cuando no hay más luz que la noche concluida.

Aspiro a entender cada día menos el brillo de las estrellas, pues así seré digno compañero del silencio, sin duda el mejor amigo cuando se acoge uno al abrazo de una sala de cine. Aspiro a no entender las razones que han llevado a la Academia de Hollywood a premiar a Penélope con el Oscar, pero cierto es que sentí muy próxima la ternura con que Pedro Almodóvar le aconsejaba, pocos días antes de la ceremonia, qué ropa debería vestir y qué peinado debería lucir. Aquel amor que se adivinaba tras cada palabra fue un esbelto mensajero que ayudó a que nuestra Chica de Alcobendas mostrase lo mejor del talento latino a través de una dedicatoria muy emotiva a Alcobendas, el pueblo en el que “este no era un sueño demasiado realista” cuando, siendo niña, disfrutaba de esta ceremonia junto a su familia. Penélope ha besado el Cielo y pocas veces el Tío Oscar ha reposado en manos más jugosas que las suyas.

Juan Antonio Pérez-Bello
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